viernes, 2 de junio de 2023

Empleados públicos, Antonio Teshcal, Editorial EquiZZero, 2023.

 


Cuando con motivo de la reedición de La palabra del mudo, a inicios de los 70´s, el gran narrador peruano Julio Ramón Ribeyro —poco dado al dogmatismo literario— escribe su poética del cuento, dirá al respecto:

 

“El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace, es que el cuento ha fallado.”

 

Es quizá este el mayor acierto de Antonio Teshcal, ganador del XII Certamen Literario Ipso facto 2022 en la rama de narrativa con Empleados públicos, libro en cuyo bagaje van a converger personajes de la vida cotidiana, en un lugar ficticio llamado Malpais donde: corrupción, burocracia y mentiras van a tener cabida; cada personaje ha sido creado a través de la óptica de quien mira al mundo desde un observatorio: ni tan cerca como para fundirse con ellos ni tan lejos para ignorar lo que acontece alrededor suyo. Empleados públicos, es sinónimo de historias bien contadas, con personajes que viven en el imaginario colectivo con un desenlace que, sin duda, será aceptado por el lector, pese a sus consecuencias.

 

Los editores

 

 

 

                         SELECCIÓN DE CUENTOS

 

 

 

Corruptos

 

 

Juan, tosco y boyero, a media tarde en una cantina de Malpais, rodeado de otros hombres duros y padres de familia, se refería a los profesionales:

 

   Mejor no estudiar, porque así uno se mantiene derecho. El que estudia se vuelve corrupto, todos los profesionales son mañosos. Conocí a un doctor que vendía recetas a gente de pisto para que compraran de esas pastillas que ponen loco. Un farmacéutico que hacía pastillas de puro almidón y bicarbonato y las vendía caras diciendo que curaba los riñones. También a un ingeniero agrónomo que valoraba baratas las tierras de gente endeudada para que amigos suyos las compraran. De los contadores y abogados mejor ni hablemos. Y si no vean, el último caso está aquí en el pueblo. El alcalde puso a un primo suyo a cargo del proyecto de poner pavimento de concreto en las avenidas. El hombre, ¡ingeniero civil, oigan! Ya recibió el material a utilizar, ¿y saben qué hizo el muy tacuazín? Vender bolsas de cemento a tres dólares cada una... yo le compré diez porque estaban baratas, chis.

 

 



El honor de nuestros ancestros

 

 

Para Armando

 

 

El joven Juan, agrónomo, originario de nuestras tierras, de Malpais por mayores señas, catedrático universitario de estatus quo, fue el elegido del campus estatal para asistir a una capacitación sobre el manejo de recursos naturales, instrucción que se llevó a cabo en el extranjero. A ese estudio llegaron hombres y mujeres de todas partes del mundo. Entre ellos estaba el también joven Chang, doctor, científico, habitante de una pequeña provincia de un país de larga tradición histórica.

 

Juan y Chang se tuvieron simpatía, quizá en buena parte por su cercanía generacional. En una de las pláticas que sostuvieron (Chang dominaba el español, entre otras lenguas), Juan despejó cierta duda respecto al ambiente laboral de su colega Chang:

 

   Amigo Chang, ¿le hicieron firmar o le harán firmar, cuando vuelva, una carta compromiso que lo obligue a producir y reproducir en su provincia el conocimiento adquirido en esta capacitación?

   Oh, no, mi amigo Juan, eso no es necesario para nosotros. Ese compromiso lo llevamos en nuestra sangre, porque con nuestros actos dignificamos el honor de nuestros ancestros.

 

Al volver a sus respectivas tierras, el novel Chang enalteció el honor de sus ancestros; en cuanto al retorno de Juan —aún con carta compromiso—, el honor de nuestros ancestros valió verga.

 

 

 

 

El sindicato

 

 

Para Segundo

 

 

«Han terminado estos años y años de tiranía, el pueblo ha hablado, quiere un cambio. Ahora escribiremos la historia» ...eran las palabras de Juan, originario de Malpais, viejo obrero de una institución gubernamental, fundada después de los acuerdos de paz. Era lunes y ya se especulaban los cambios que los históricos comicios del día anterior presagiaban. ¿Quién sería el nuevo director de la institución? ¿Qué jefaturas arbitrarias se irían para siempre del lugar? Y, por supuesto, ¿se formaría el sindicato? Pero debían calmar ansias para tomar el manubrio de la historia, esperar dos meses para la toma de posición del mandatario y ver cómo cambiarían las cosas. Y cuando el nuevo elegido dio su discurso, recalcó que los sindicatos habían de conocer la luz en las instituciones públicas, donde se les había vedado la oportunidad.

 

Las disposiciones para tal efecto llegaron pronto a aquella institución, donde la cantidad de empleados era tan numerosa que se tuvieron que hacer planificaciones previas en los diferentes departamentos y unidades. Se coordinaron y designaron voceros para la primera reunión informativa, sumando alrededor de treinta individuos con apenas un representante por cada oficina de aquella verdadera ciudad institucional, cuya extensión territorial era tal que no todos se conocían entre sí. Pero las distancias se acortaban con historias laborales, chismes y demás enseres. Lo que no se sabía se averiguaba pronto por diversos canales, confiables o no.

 

La primera reunión pro sindicato fue dirigida por el nuevo director de la institución que —haciendo reseña de las políticas de la nueva militancia en el gobierno— subrayó su total e indiscutible acuerdo con los sindicatos, su política de asistir la constitución, legalización y todo lo necesario. Ese primer encuentro no pasó de ser un mitin.

 

En la segunda reunión, sin el director ni mandos medios, todos los representantes de empleados rasos discutieron la constitución del sindicato. La abogada delegada por el gobierno para asesorarlos, mientras moderaba la reunión, nuevamente hizo hincapié en la importancia de la figura sindical, funciones y obligaciones. La ocasión fue ensalzada con la intervención de cada individuo, todos dieron discursos favorables, entusiastas y hasta de rebeldía revolucionaria, hasta que la última opinión dio un giro galvánico al ambiente. Se trataba de una mujer que frisaba los cuarenta, muy bien conservada, de peso sano, jovial y empalagosamente amable.

 

Todos quedaron atónitos con su intervención, cuyas palabras, después, fueron rápidamente trasmitidas por los delegados hasta sus demás compañeros, luego de los insultos que pretendían esbozarla, pues pocas personas la conocían. Sus palabras se reprodujeron más o menos así: «Yo no estoy de acuerdo con los sindicatos, no son necesarios, y menos aquí, donde tenemos más prestaciones que las de ley, y un salario que es hasta demasiado por nuestras obligaciones. Yo vengo de trabajar en la empresa privada, y ahí no andan con estas cosas, ahí no andan contemplando a nadie. Yo opino que no deberíamos de tener sindicato». Inmediata a esta intervención, la abogada se apuró a cerrar la sesión para evitar dar la palabra a cualquiera, que se adivinaban como botones de insultos. Remató la reunión no sin antes memorar la importancia del sindicato.

 

Juan, representante de los electricistas, fue de los más escandalizados. Haciendo aspavientos de su necia y vociferada experiencia, su «hacerse viejo con pompa», según sus etílicas palabras, hizo compromiso revolucionario —jurando a sangre sobre el Manifiesto de los proletarios liberados (recientemente nacido en la febril ociosidad de varios) — a investigar con prontitud de dónde venía aquella mujer, qué fantasmas políticos la manejaban, además de lavarle el queso astutamente a su favor y por la unanimidad del sindicato. «Me quito un huevo y la mitad de otro si no lo cumplo, así como lo oyen, men», terminó diciendo para que no cupieran dudas.

 

Juan averiguó que era enfermera, su nombre era Reina y tenía sólo mes y medio de haber sido contratada. Con prudencia consiguió el mayor número de oportunidades para tropezar con ella antes de la siguiente reunión, a realizarse dentro de diez días. Como representante consecuente de las filas obreras, contó a sus camaradas los pormenores de su primer encuentro, igual dio informe del siguiente y luego el otro. La cuarta vez se produjo un día antes de la reunión, de ésta última ocasión sólo informó que la había visto, no habló más.

 

Llegó el día de la convocatoria. Reunidos en la sala de sesiones oficiales, estaban por fijar fecha para la asamblea general y levantar el acta de constitución, se suponía que sería breve pues ya todos estaban de acuerdo. Discutirían pormenores. Estaban por dar inicio cuando Tomás, el representante de carpintería, dijo que esperaran a Juan en vista de su notable energía para los asuntos ideológicos.

 

El número de asientos repartidos frente a la mesa ovalada eran exactos, dejando libre sólo una silla la cual estaba a la derecha de Reina. Después de la última reunión nadie quería sentarse cerca de ella más que la abogada, que parecía haberse sentado a la izquierda de ella de manera planificada. El circuito se cerraría con Juan, que llegó con un aire que todos notaron sospechoso. Juan saludó según hora del día y tomó el último asiento. Entonces inició la reunión.

 

Reina pidió la primera palabra, y con intervención llana transmitió su mensaje de la última vez. Al terminar, la mayoría volvió a ver a Juan, inconformes con sus resultados de lavarle el queso. Esperaban el contragolpe. Al ver que se demoraba en intervenir, Tomás habló para preguntar:           « ¿Vos qué opinás Juan?».

 

Juan levantó la cabeza, luego la agachó lo suficiente para que los demás percibieran tal oscilación. La discreta aguja segundera del reloj de pared fue lo único que llenó la habitación con cinco pasos sudorosos. Entonces el hombre volvió a ver a Reina con pose de niño regañado: «Yo...» dijo, y en ese momento la abogada alcanzó a ver como la enfermera, bajo la mesa, disimuladamente deslizaba su mano con delicadeza sobre la bragueta del pantalón oscuro de Juan mientras, como si nada, miraba a los demás con una sonrisa licenciosa. «Yo, —repitió Juan— opino igual que Reinita».

 

 

 

 

Los genios

                        

 

Pedro, pasante en un laboratorio de investigación de la Universidad Nacional, identificaba huevos de parásitos a través del microscopio cuando el ingeniero Juan Zoo llegó al laboratorio para pedirle informe al respecto. Dos días antes, él había remitido las muestras de heces de animales de un hato de Malpais. Pedro aún no terminaba, dijo que le daría respuesta en unos minutos. Mientras tanto aligeraron el tiempo conversando.

 

   ¿Qué opina de los locos ingeniero Zoo? —le preguntó sin desprender la vista de un huevo larvado, pensando en cierto elogio que había leído recientemente.

   Los locos son de dos tipos bachiller: los que saben que lo están y lo disfrutan, y los que no lo saben y se complican la vida tratando ser felices.

   ¿Cuáles son los que no lo saben?

   Esos son los más grandes pendejos que hay, porque son tan tontos que creen que son genios y no se dan cuenta que son pendejos.

   Ansino…

 

El ingeniero se tiró una risa leve, triunfadora, científica, y agregó:

 

   Me dan lástima, yo en cambio sí soy un genio.

 

Pedro desprendió la vista de los oculares del microscopio y se ensimismó un instante.

 

   Si, pobrecitos… —le dijo, pensado respecto a los más grandes pendejos— ¿Y usted es feliz ingeniero?

 

 

 

 

Antonio Teshcal

 

Quezaltepeque, El Salvador, 1984. Se licenció como médico veterinario zootecnista en la Universidad de El Salvador. Desde 2018 es Profesor Universitario de química en la Universidad de El Salvador, ingresando mediante concurso por oposición.

 

Ganador del primer lugar, en la rama de narrativa, del Certamen de Creación Artística “Arte Ibídem” (2004); Premio Único de Poesía en los XVIII Juegos Florales de Santa Ana (2009); primer mención de honor en el Primer Certamen de Poesía “Ítalo López Vallecillos” (2016); ganador del III Certamen de Literatura Infantil “Maura Echeverría” (2019), en el género de narrativa; y ganador del XII Certamen Literario Ipso Facto (2022), en el género de narrativa.

 

Obra poética publicada: Invierno (2009, 2022), Péndulo (2015, 2021), Sangre (2022) y Memorial bajo el cerezo (2022). Empleados públicos (2023) es su primer libro de narrativa en ser publicado.