jueves, 17 de mayo de 2018

Los imperios del silencio, Ernesto Escobar, Editorial EquiZZero, 2018.




Fue Huidobro quien dijo que la poesía tiene derecho a entrar en campos vedados, a construir su mundo con una lógica suya propia que no es la lógica habitual. Es esta afirmación la que Ernesto Escobar emplea para la construcción de su libro Los imperios del silencio, uno de los trabajos seleccionados por el jurado del VII Certamen de Poesía Ipso Facto 2017.  Y es que Los imperios del silencio es, por definición, una apoteosis que transgrede la lógica habitual, un discurso cuya efeméride tiene como punto de inflexión la miseria humana y al mismo tiempo (aunque de manera tácita) la esperanza. El lector que se tope con él, con Ernesto, comprenderá de inmediato que no se encuentra ante un escritor “del montón”, de hecho, su poesía es cautivadora y explosiva al mismo tiempo.

Sobre Los imperios del silencio se dijo: Porque la estructura del libro, aunque no es nueva, es poco habitual, realizando una exploración de lenguaje que nos puede referir a la reflexión de temas como la muerte, la soledad, el amor, la locura, la guerra, la ira, nuestras pobrezas, etc., sin perder la unidad del poemario. El texto vislumbra ser escrito por un buen lector, siendo  un texto arriesgado y ambicioso.

Omar A. Chávez




 Selección poética



El amor

I

Sábanas  limpias
                         ¡Inmaculada habitación de  mugre!

Mi sabia alborota moscas
Que en bandada huyen de la pared que se desnuda.
Estoy dentro y soy uno.
Caricia y golpe.
Embestida y abrazo.




Cosmogonía


Aciago despertar hacia al medio día. La botella estaba muerta. El miedo en tu pupila miraba —¿qué miraba? —- a mi muslo desnudo y   /tremebundo/
Colgando/
Como un niño que se cuelga de su ombligo/
Jugando a que nadie lo mira/
Entre su corazón horadado por la rabia
Mientras el amor nacía a la vida
Violenta fue sin duda la batalla
del silencio contra el grito.

Ahora que el amor me cuelga como un pendiente, ahora yo te digo:

¿Convenimos en el error de bebernos hasta el fondo, vos mi sangre
                                                                                /y yo la tuya?
Tu órgano tocaba una canción de cuna.
En tus costillas florecían, tiernas, rugosas, blandas luciérnagas rojas.
Tu oreja tocaba mi dedo, palpando los surcos de mis montículos de tierra.
Afuera las noticias caían como las lágrimas de un sol doliente.
Afuera la ciudad nos buscaba el talón para mordernos.
Sin embargo…
         Concatenados nuestros cuerpos ¿Qué es el dulce veneno
sino la savia de la sangre que nos reclama, de la angustia que nos
                                                                                      /abandona?
¿Tu piel, dormida acaso, no sueña con ser aire o reconstruir sus filamentos para tornarse seda?
Me hiere tu aspereza como el gusano de las espinas.
Y me pregunto:
¿Qué hay entre nosotros sino este musgo blanco y blando que nos tuerce la voz hasta hacer gritar más allá de mi silencio a mi
                                                          /voz de precoz niño?
Mi deseo es más luz que sombra
Mi ardiente deseo es más luz que sombra
             El resto, es la oscuridad del día. Su luz negra.



La tregua

                                     
Tras la muerte el amor pervive
¿Entonces para qué la vida?
Ahogarse en los pantanos de la duda
Como una mosca que de la vida vive
                                              
¿Para qué la huida?
Si de donde nadie huye es de su tumba
Amor ¿para qué el dolor?
Si en tu pecho se ahoga la angustia, vieja flor
¿Para qué la ciudad, la patria, la nacionalidad
Si nuestros huesos blancos son apátridas?

La muerte nos escucha en silencio. Su ermita de huesos –húmeda y  
                                         /con olor a tuétano fresco- nos cobija.
Una vela nos alumbra,
Un silencio nos acoge
El amor ha muerto –nos dice la efigie
Yo maté el amor a la tierra
A la sangre
A la piel
Y
A la vida
Mis huestes barrieron con bayoneta
-peine fino-
Montañas y ciudades
Maté a galantes y descalzos
Y
Al fin
Encontré al amor en una mirada
Naturalmente le destrocé los ojos

Ahora
Viejo y seco como un cauce de río sin agua
Solo habitado de piedras
Sin pez y sin vida
Me recuerda apenas una calle con mi nombre
Un odio común me mantiene en un respiro
Soy el odio

La efigie gimotea sin poder llorar.
La noche entra rauda como un perro y le muerde la nostalgia…




Un hombre solitario (Fragmento)


Estoy despierto ¿lo estoy acaso? La luz –cercenada por el recuadro de la ventana- ahuyenta las sombras. Para las sombras la luz es oscuridad. Sombras que corren a esconderse bajo la cama (como pequeños neófitos de la infancia), corren a esconderse a cualquier lado, en cualquier sitio que las cobije. La habitación soleada es un mal sitio para mis sombras.

Despierto, acaso, sin saberlo. La urbe se avergüenza  de su noche. Tropas diseminadas en cada avenida la limpian, maquillan sus asperezas, retiran su piel muerta. La caballería de médicos forenses levanta sumarios improvisados. Largas listas de nombres sin cuerpos. Frigoríficos rellenos de despojos. Pesos muertos, censados, pesada su soledad, la soledad de sus vértebras. A los vivos, a los que acaso despertamos, siempre nos esperan.

Dos hombres esperan por mí, dos hombres que saben mi nombre, mi dirección. El primero es un buen hombre que con su égida de recibos se escuda de la posibilidad de echarme una mano. Prohibido tender la mano al que le cortas la esperanza, repite frente a mi puerta, lo repite una y otra vez. Un buen hombre que se avergüenza de sus primeros años, de su pasado de niño prosaico y algebroso de sus juegos de números y ábacos. Se avergüenza de su pasión numérica. De su trabajo de desahucios….



Canción de cuna


La muerte antes de todo,
Todo antes que nada
Nada lo es todo
Todo es la muerte.

Ni sombra sin reflejo
Ni hueso ni carne
Ni mujer ni hombre
Ni paz ni dolor.

La muerte es su nombre
Era antes de la vida
y después de ella será
ya que todo se olvida
procura no olvidar
que si la vida te trajo al mundo
la muerte te llevará.

No sufras por lo secreto
Ni intentes develar
Lo que detrás de su velo yace
Un día conocerás
No participarás a nadie
La misericordia de mirar
Una sola vez a la muerte
Ninguna otra vez lo harás.

Espera paciente en vida
Todo tren termina por llegar
Mientras tanto bebe y canta
Desde la cuna
Hasta la cama de hospital
No maldigas a tu suerte
Que a nadie suele gustar
Un niño grande y enfermo
Que sólo puede llorar
La muerte todo lo cura
Y siempre acaba por llegar
A nadie atrae su nombre
Y muchos te van a odiar
Por llamarla madre y futuro
El cadalso te ofrecerán.
Bien sabes que en la luz
Mucha oscuridad hay
Solo quien sabe verla
La muerte comprenderá
Ahora duérmete niño
Duérmete ya
Que vendrá la muerte y te llevará
Nada sucede a deshora
Todo a su hora ha de llegar.



Ernesto Escobar

Sonsonate, en 1990. Estudia licenciatura en periodismo en la Universidad de El Salvador. Su producción narrativa se encuentra completamente inédita y comprende: F(r)icciones (relatos), El infierno y otros relatos (relatos), Conjeturas en torno a la intuición de la locura (Poesía), A mi abulia, con cariño (Poesía). Además fue miembro del círculo literario Letras Libres y miembro fundador del círculo literario Cuervo Cínico.







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