lunes, 7 de febrero de 2022

El jardín desflorado, Carlos Anchetta, Editorial EquiZZero, 2022.

 


El jardín desflorado, es el libro con el cual el escritor salvadoreño Carlos Anchetta resultó ganador del XI Certamen de Literario Ipso Facto 2021, en la rama de narrativa, promovido por Editorial EquiZZero. Son diez relatos confeccionados de manera tal que cada historia conmueve y, al mismo tiempo, convierte al lector en protagonista, en otras palabras: el lector pasa a ser el tema de la obra.

Como en un crisol, Carlos, utiliza todos los elementos a su alrededor para elaborar un mensaje claro y desgarrador: angustia, dolor, violencia, sexo, prostitución, etc., todas estas temáticas van a tener cabida en  El jardín desflorado y, cuyas consecuencias, nos harán reflexionar sobre nuestros propios miedos y debilidades:
 
Todos los días, en la mañana, cuando iba para el trabajo pasaba por la calle solo para verme. Yo le sonreía y él se iba feliz. En esos días traté de ponerme más chula solo para Ángel y rechazaba clientes a esa hora solo para verlo pasar. Ya después podía estar con cualquiera, pero antes tenía que verlo.
 
 
Los Editores


SELECCIÓN NARRATIVA




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Antes de salir me dijo que la sección saldría a las ocho y cuarenta y cinco de la mañana, que si tenía tiempo viera el programa, y si no, que él me contaría cómo estuvo la cosa, cómo fue estar entre dos de las presentadoras más populares de la televisión nacional. Lo decía en broma porque sabía lo que yo pensaba de esas mujeres. Nada en contra de sus vidas privadas, que igual no debe de importarme, pero sí de sus vidas públicas, donde para mí y para el resto de la humanidad pensante, dejan mucho que desear.
 
Era mi día libre y encendí la tele a las ocho y media para familiarizarme con los canales nacionales después de ver solo extranjeros, sobre todo las cadenas de streaming. A esa hora terminaba una sección de ejercicios que nada tenía de extraordinario y pasaban a la de las noticias deportivas. Supuse que después vendría la sección donde saldría mi esposo, donde hablaría de sus libros publicados y de su cátedra en una de las universidades más prestigiosas del país. Afuera lloviznaba y corrí a la cocina a prepararme un café. Volví en el momento que terminaba la sección de deportes y mandaban a comerciales. Era raro que yo estuviera haciendo eso, pero me gustaba ver a mi marido en la pantalla de la televisión. Lo veía tan apuesto y tan sexy que me prendía cuando empezaba a hablar con esa seguridad que lo caracteriza. Era una especie de fetiche que disfrutaba.
 
Una vez que lo invitaron a otro canal para hablar de la coyuntura política del país, estaba tumbada en el sillón con unas palomitas de maíz. Lo miraba tan sexy que al poco tiempo estaba hurgándome entre la ropa. Miré atrás para ver si uno de los niños bajaba la escalera, pero hacía una hora los había mandado a la cama y ya estaban dormidos. Libre de cualquier preocupación le di vuelo a la hilacha y me masturbé viendo a mi marido en la pantalla. Se lo oculté un par de días, pero al final se lo dije. No me creyó una coma. Le dije que me daba igual si no me creía y me fui. Me siguió por la casa y me pidió hacerlo frente a él para creerme. Dije que no, que no estaba ni tibio, que se buscara una mujerzuela si quería ver a una mujer metiéndose los dedos en la vagina. Se echó a reír y ya no hablamos más del tema. 
 
Ahora lo tenía en la pantalla, siempre apuesto y tan dueño de sí mismo. Los cuatro presentadores, los dos hombres y las dos mujeres, le preguntaban de sus libros y de su cátedra, y él habló casi de todo con su clásico sentido del humor. Se veía cómodo y yo no dejé de sentir un poco de celos que viera a unas mujeres tan guapas, pero después me dije que todos los días se encontraba con una y que, además, las chicas de la universidad lo acosaban con mensajes que nada tenía que ver con asuntos académicos. De modo que estaba acostumbrada a esas cosas, y lo que más sentía era orgullo por ser parte de mi vida. Al final de la charla vino algo inesperado, una vuelta de tuerca. Uno de los presentadores le dijo que con todo lo que él era se le hacía extraño que su esposa, o sea yo, tuviera más seguidores en las redes sociales, cuando solo era (no lo dijo así pero lo sugirió), una simple influencer.
 
Se quedó callado y después dijo que era normal que yo tuviera más seguidores. El tipo insistió y le dijo que era extraño que yo tuviera en Twitter más de treinta mil seguidores: 32, 347, para ser exactos, frente a los 2,179 de mi marido; una cifra muy superior a la de él que era un intelectual de primera línea. Me mordí los labios mientras esperaba su respuesta. Dijo que era normal, que yo no era influencer sino alguien que estaba involucrada en muchas causas sociales que me hacían visible para la gente. Remarcó “visible” con ese tono muy suyo. Apreté el ceño mientras él agregaba que además yo era muy bella. Todos estuvieron de acuerdo en esto último. La sección terminó.
 
Una hora después oí el motor de su carro en la cochera. Corrí a la cocina mientras se bajaba. Entró, vio hacia los lados y me llamó “nena”. Dejé caer un plato en el lavabo para que oyera donde estaba. Puso sus cosas en un sillón y fue a buscarme. Cuando llegó yo estaba en el lavabo fingiendo lavar los platos. Se acercó y me dio un beso en la nuca.
 
   Como está mi nena —dijo acariciándome la espalda.
 
Me gustaba que me dijera “nena”, también “querida” u “osito”, o cuando me decía “mi amor”, pero ese día no quería que me dijera nada, mejor que ni me hablara y me mirara. Deseaba que se fuera, que desapareciera o que no hubiera llegado. Estaba furiosa y se lo hice ver mientras apartaba su mano de mi cintura. Fue a la refri y sacó una botella de agua. Me preguntó si había visto el programa. Claro que lo vi, engreído, quería decirle pero me mordí la lengua. Pero al poco tiempo ya no aguanté y le dije:
 
   Ahora soy el hazmerreír de nuestros amigos. No paran de escribir cosas en el grupo de WhatsApp y ya estoy harta.
   ¿Qué pasa? —balbuceó—. ¿Qué ocurre? —se corrigió después. 
   Pasa que estoy cansada de que me veás como una sombra, una especie de costilla inútil.
   No sé por qué decís eso. Además, yo nunca diría eso.
   Hoy lo dijiste.
   ¿Adónde?
   En ese cochino programa de la televisión. 
   ¿A qué horas que no me acuerdo?
   ¿Ahora fingís demencia?
   Claro que no. Pero no sé adónde intentás llegar. Si es que hay algo adonde llegar.
   A mí no me hablés así que te conozco.
   Así, ¿y quién soy?
   Sos un arrogante como todos. Con un par de libros publicados te sentís como si hubieras dirigido el Apolo 11.
   Estás diciendo cosas de las que después te vas a arrepentir.
   Estoy diciendo la verdad. Te estoy quitando la máscara.
   ¿Qué es lo que te pasa? —dijo acercándose con el ceño fruncido—. Me estás reclamando de algo que no sé, algo que no terminás de aclarar. A ver, ¿qué se supone que hice o dije en el programa?
   Te molesta que tenga más seguidores en Twitter, te molesta que siendo la eminencia que dicen que sos, te veás reducido por una simple influencer.
   ¿A qué horas dije eso?
   Ahora no te acordás.
   Recuerdo que salió en la plática, pero no fui yo quien lo mencionó. Fue el tipo que decís que se te hace guapo.
   Yo nunca dije que me gustara ese misógino.
   No dije que te gustara, solo recuerdo que dijiste que te parecía atractivo.
   Ahora llevás la discusión por otro lado.
   Yo no estoy discutiendo.
   No cuando te conviene.
   ¿Y qué se supone que me conviene? ¿Discutir por quién tiene más seguidores en una puta red social?
   No digás malas palabras que no me gustan.
   Hablo lo que se me da la gana.
   Entonces mejor no hablemos.
   Sí, es mejor.
   Solo una última cosa: no soy un títere o una muñeca que manejás a tu antojo. No soy solo ama de casa, como siempre has querido que sea. Soy libre de pensar y hacer. A mí no me importa que te guste o no que yo tenga más seguidores en las redes sociales. Algo que sin duda le molesta al señor intelectual, algo que él desearía con todo ese bagaje académico que tiene. 
   Estás hablando disparates.
   No soy solo una influencer y una cara bonita así como pensás.
   Yo no he dicho eso.
   Claro que sí.
   Dije que sos muy bella. ¿Acaso debo decir otras cosas para que estés tranquila? ¿Te parece bien que diga que mi mujer es un adefesio? ¿Estarás contenta? ¿O qué tal si digo que eres una bruja horrorosa?
   Ya sé que pensás que soy una bruja, cerdo engreído —dije cerca de su cara y me fui corriendo al cuarto.
 
En las gradas por poco resbalo por lo furiosa que iba. Cuando entré al cuarto le eché llave a la puerta y me tiré en la cama a llorar. Unos minutos después oí que encendió el motor de su carro. Salió quemando llantas y no volvió hasta en la tarde. Los niños llegaron del colegio y preguntaron por su papi. Les dije que tenía mucho trabajo y que no almorzaría con nosotros. Cuando llegó yo estaba leyendo en el jardín. Los niños fueron a su encuentro y él se puso a jugar con ellos. También nuestro perro se unió a la fiesta. Después de revisar las tareas de los chicos se encerró en su estudio. Antes pasó por la cocina por un par de cervezas.
 
Para ese momento ya estaba arrepentida de lo que le había dicho. Mantenía ciertas cosas, pero sabía que había sido injusta con él. La rabia me cegó y vi cosas que no eran. A lo mejor tenía ganas de reventar y no encontré a una mejor víctima que mi marido. Estaba arrepentida y no sabía cómo arreglar las cosas. Sabía que si no hablábamos en la cena, los niños iban a notar que estábamos peleados, y eso no lo iba a permitir. Era hora de firmar la paz. Nunca habíamos peleado con ese tono, y no sabía cómo hacer para acercarme y pedirle una tregua. Me levanté y empecé a caminar nerviosa. Lo tenía a pocos pasos y no sabía qué hacer. ¿Me ignoraría o seguiría peleando? No sabía cuál sería su reacción. Aunque pensándolo bien, yo era la que había iniciado la pelea.
 
Eso me dio coraje para ir al estudio. Llamé suavecito y no respondió. Sabía que la puerta no estaba con llave y abrí. El lugar estaba en penumbras. Al fondo se oía el estéreo. Escuchaba los Nocturnos de Chopin de una manera casi inaudible. Me deslicé hasta el sofá donde estaba sentado con una cerveza en la mano. Me paré enfrente y contrario a lo que llevaba pensado, me quedé callada. El corazón me latía a mil por horas. Estaba nerviosa. Era extraño porque el hombre que tenía a un paso era mi marido, el que me hacía tan feliz. Entonces él se incorporó, me tomó de una mano y me sentó en sus piernas. Me besó el cuello y la boca.
 
   Cómo está mi nena —dijo quedito y yo me quebré.
 
Empecé a llorar y él me limpió las lágrimas. Dije que era una tonta, una estúpida sentimental. Puso su dedo índice en mi boca para que ya no me insultara. Dijo una frase que me hizo reír. Nos besamos con pasión. Los niños estaban arriba en sus cuartos. Afuera empezaba a llover. Esa tarde nos pusimos más que cariñosos.   

 


EL JARDÍN DESFLORADO
 

 
Déjeme ver si me acuerdo. Es que fue hace muchos años. Antes mejor le cuento mi infancia y de cómo me metí de puta. También le voy a contar mi historia con él y aquello que tanto le interesa. ¿Sabía que todas las putas tenemos algo de hechiceras? Pero esa es otra plática. Usted lo que quiere saber es cómo descendí al submundo y cómo terminé aquí, en la cárcel.
 
Nací en Cojutepeque en una familia de católicos ortodoxos. Ya se imaginará cómo era mi vida en esa casa. Como desde que estaba bichita fui chula, me hacían creer que era distinta, que era una especie de ángel o vaso de Dios, como decían mis tatas. Cuando crecí me gustó pintarme y verme más bonita. Lo hacía a espaldas de mi mamá porque ella, ¿cómo iba aceptar que anduviera con esas mañas? Lo hacía en mi cuarto y cuando salía me quitaba todo en un segundo porque ella siempre me llamaba para que fuera a hacer algún mandado.
 
En la escuela los bichos me chuleaban. Era la más popular. Algunos me decían obscenidades, pero así son los hombres desde chiquitos, siempre queriendo demostrar quién es más macho. Yo lo hacía por jugar porque no me gustaba nadie. ¿Cómo me iba a gustar un bicho bayunco de esos, si solo babosadas decían? Pero un día llegó a la escuela un niño que me gustó.

Yo estaba haciendo un dibujo cuando la maestra entró en el salón de clases. El cipote tenía catorce años y era bien tímido. La profesora le dijo que se presentara, y él dijo que se llamaba Miguelito con una voz tan suave que parecía la de un muerto. La maestra nos pidió que nos paráramos para darle la bienvenida. Hola, Miguelito, bienvenido a nuestra escuela, le dijimos en coro. Después pasó a sentarse al final de una fila y la maestra nos advirtió no molestarlo porque nos la íbamos a ver con ella. Y con lo duro que pegaba esa bruja, hicimos caso.
 
Desde el primer momento me gustó ese niño e hice todo lo posible por acercarme. En el recreo él se quedó mirando a los demás bichos jugar pelota y yo aproveché para socializar. Nos presentamos y al poco tiempo ya estábamos en el chalet comprando churros y galletas. Desde ese día nos hicimos amigos. Siempre andábamos juntos. Los otros bichos empezaron a decir que era mi novio, pero era mentira. Él parecía no interesarle las cipotas. A mí me gustaba pero no se lo decía. Pasaron las semanas y un día me animé. Estábamos acostados en medio de unas flores en el jardín de la escuela. Mirábamos el cielo y comentábamos el dibujo que habían formado las nubes. Yo decía que tenía forma de mariposa y él decía que de un conejo. Nos reíamos como si fuera lo más extraordinario del mundo. Cuando él se descuidó le di un besito. Se asustó y salió corriendo. Me dejó de hablar unos días, pero después se disculpó y ya no nos separamos. A mí dejó de gustarme y él se convirtió en mi mejor amigo.
 
Un día que no estaban mis padres en la casa yo aproveché para ponerme chula. Me maquillé y me puse en vestido entallado que tenía bajo el colchón. Miguelito tocó mi ventana y le fui a abrir. Siempre llegaba a visitarme. Me preguntó qué estaba haciendo y yo le dije que poniéndome bonita. Me preguntó para quién, y yo dije que para mis miles de admiradores. Dijo que era lindo tener admiradores, lástima que él no tenía. Le dije que en la escuela a muchas bichas les gustaba, y él hizo una seña asquerosa. Después tomó mi pintalabios y dijo que con eso uno se miraba más bonito. Le pregunté si le echaba un poco y sonrió. Lo maquillé y le puse uno de mis vestidos. Él estaba feliz mientras modelaba frente al espejo. Ese día comprendí por qué no le gustaba a Miguelito. Yo le guardé el secreto, y nadie se enteró en la escuela.
 
El asunto es que yo era bien bonita y no solo en la escuela tenía pegue. En la calle todos se paraban. Es que viera qué bonita era cuando estaba cipota. Ahora ya estoy vieja y llena de mañas. En aquel entonces era una santa picarona. Usted me entiende, ¿verdad? Un día mi madre me descubrió maquillada en el cuarto. Para qué quise más. Me agarró del pelo, me levantó la cara y me escupió. ¡Así que ya andás de puta! ¡Ya me habían dicho pero no quería creer!, gritaba mientras me escupía y me pegaba. Yo le decía que me soltara, que me dolía, pero ella decía que lo dejaría de hacer hasta que se me quitara la cara de puta. Las palabras de mi mamá fueron mágicas porque mire en lo que me convertí después, en una puta. Pero en esos días seguí sus consejos y ya no me eché pintura en el rostro. Llegaba a la hora que me decía y le hacía caso.
 
Pero todo cambió con la muerte de mi padre. Mi mamá me sacó de la escuela y me puso a trabajar en el mercado, como solo éramos las dos. Pero yo no me achiqué y me puse un delantal y vendí verduras en el mercado de Cojute. Así me gané la vida dos años. Una tarde, mientras estaba con mi venta, un señor llegó a comprarme un montón de cosas. Después de esa vez llegó todas las tardes a mi puesto y solo me compraba a mí. Las otras vendedoras empezaron a fregarme. Decían que estaba enamorado. Yo les decía que quizá solo le daba lástima por ser tan cipota. Pero un día el viejo me invitó a su casa. Dijo que era viudo, que no tuviera miedo. Lo pensé un poco y fui.
 
Nomás entré en la casa, el maitro me tomó de la mano y me llevó a su habitación. Allí comenzó a tocarme y a quitarme la ropa. Yo estaba congelada mientras el viejo me metía los dedos entre las piernas. Empecé a llorar, pero al viejo no le importó. Me acostó en la cama y se tendió sobre mí. Yo no dejaba de llorar. Era la primera vez que estaba con un hombre. A pesar de que había sido bien coqueta, nadie me había puesto un dedo encima. Lo de la coquetería era por jugar, pero con los hombres no se juega.
 
Ese día no llegué a mi casa, bajé a la carretera y caminé bajo una gran tempestad. No quería volver a ver mis pasos. Dejé todo en Cojute. Dicen que mi mamá andaba como loca preguntando por mí, pero nadie le decía nada. A los pocos años me contaron que murió. Es lo mejor que hizo Papachús, quitarla de este mundo.
 
Sin saberlo llegué a la capital y, como no tenía casi estudios y era bien bicha, no tuve de otra que trabajar de cholera. Trabajé más de un año en una casa donde me trataron mal. La patrona me pegaba aunque hiciera todo el oficio. Un día me fui. Juré que jamás iba a trabajar de cholera y lo he cumplido. Al poco tiempo me encontré con una bicha que era bien acelerada con quien me metí de puta. Desde ese día dejé que me tocaran los hombres, pero no de gratis. Para tocarme tenían que pagarme. Además, yo ponía las reglas. Pensándolo bien, fíjese que no me arrepiento de mi vida. Con arrepentirse uno no arregla nada, ¿no cree?
 
***
 
Allí estaba yo, puteando en la orilla de la calle cuando apareció ese ángel. Desde que lo vi supe que era para mí, que no se me escaparía, que sería mi hombre hasta la muerte. Vení, mi amor, la vamos a pasar bien rico, le dije y él pasó con una sonrisa. Ese día no se detuvo, pero sabía que volvería a pasar, que un día se iba a detener. Lo vi en sus ojos. Una sabe cuando la miran con deseo. Se llamaba Ángel. ¿No le parece bonito?
 
Todos los días, en la mañana, cuando iba para el trabajo pasaba por la calle solo para verme. Yo le sonreía y él se iba feliz. En esos días traté de ponerme más chula solo para Ángel y rechazaba clientes a esa hora solo para verlo pasar. Ya después podía estar con cualquiera, pero antes tenía que verlo. Los días que no pasaba eran malos. Pasaba de mal humor y ni la comida me caía bien. Estaba enculada solo de vista. Las otras putas me molestaban. Decían que estaba loca, que él era inalcanzable. Pero yo sabía que sería para mí, que en cualquier momento lo tendría en mis brazos.
 
Cuando aparecía después de mucho tiempo, no sabe lo feliz que me ponía. Él me miraba, me sonría y pasaba. Eran pocos segundos, pero eran los más felices de mi existencia. Un día me habló. Estaba nervioso. Miraba a todos lados como si hubiera espías escondidos. Le dije que entrara y no lo pensó más. Adentro se puso más nervioso. Yo también apenas podía hablar. Lo miraba y no creía que estuviera allí, conmigo. Estaba feliz. No sabe lo contenta que estaba por tenerlo cerca, por oler su perfume. Entonces me armé de valor y lo ayudé. Tenía que hacerlo por el bien de los dos. Ese día y todos los que estuvimos juntos no cogimos sino que hicimos el amor. Era maravilloso tenerlo encima de mí. Nunca había amado a nadie, y era tan distinto hacerlo con el hombre por el que se da la vida.
 
Con el tiempo supe casi todo de él porque me lo contaba con pelos y señales. Había estudiado un ciclo en la universidad, pero se salió por falta de dinero y se buscó un trabajo. Dijo que tenía una novia con la que se iba a casar y que yo, aunque no lo dijo, era su pasatiempo favorito, casi me hace llorar pero seguí con él. ¿Cómo no hacerlo si lo amaba y no podía estar sin verlo? Cuando no llegaba me enfurecía tanto que me iba con otras putas a bailar a las discotecas y a coger con el primero que se me pusiera enfrente, todo para desquitarme, pero no me lo quitaba del pensamiento, y cuando llegaba no le decía nada y todo seguía igual. ¿No le parece que era amor verdadero?
 

***
 
En esos días estrené muchos vestidos. Todo lo que ganaba con otros hombres lo invertía en verme bonita, solo para él. A pesar de que nuestro amor no salía de la pieza, yo era feliz y creo que él también lo era el rato que estaba conmigo. La mayor de las veces yo lo esperaba con algo de comida. Muchas veces él llegó con algunos bocadillos. Yo era feliz sirviendo a mi hombre. No solo me ponía bonita, también lo esperaba con la pieza limpia y arreglada, como si fuera ama de casa. A veces le tenía pequeños regalos. Usted ya sabe, pañuelos, calcetines, calzoncillos, cosas así. No le gustaba que le diera cosas porque decía que no era justo. Me aconsejaba que no malgastara el dinero en él, pero yo le seguía comprando cosas. Un día le compré una mudada bien bonita.
 
Hubo un tiempo que Ángel me celaba. Fue cuando empezó a tomar en grandes cantidades. Él no entendía que tenía que atender a los clientes, que era mi trabajo. Varias veces, mientras estaba ciego de borracho, me gritó puta, zorra, mujerzuela, todo para herirme. Yo lloraba, él me pedía disculpas y terminaba perdonándolo, pero solo era cuando estaba bolo. Cuando estaba bueno era alegre, cariñoso, buen amante. Un día me invitó a salir. ¡No lo podía creer! Cuando me dijo que saliéramos le pedí que lo repitiera tres veces. Todo era verdad. Es cierto que no me llevó a Metro sino a una pupusería, pero yo estaba feliz. Si me hubiera visto la cara.   
 
A usted le parecerá cursi pero la mayoría de mujeres nos conformamos con detalles pequeños. Él me regaló un oso de felpa para el día de los enamorados. Un día una puta borracha entró a mi cuarto y sacó el oso. Se burló de mí mientras lo enseñaba. Los clientes y las demás putas no paraban de reír. Me levanté encabronada y le dije que me lo diera, pero ella se burlaba del que me lo había dado. No le bastó eso y le cortó la cabeza. Entonces me le fui encima y la tumbé en el suelo. Nos separaron pero yo agarré un embace y se lo estrellé en la cabeza, cayó como un tronco echando sangre. Yo creí que la había matado pero después de unos días en el hospital se recuperó. A mí me metieron en la cárcel y me acusaron de crímenes que no había cometido, y de traficar drogas. No me salvé de que me metieran treinta años, una injusticia. Las otras presas dicen que he venido a la cárcel por una tontería, pero para mí no lo es, y no me arrepiento de nada. Si el tiempo retrocediera y esa puta se vuelve a burlar del regalo que me dio mi hombre, esta vez no le estrello un embace en la cabeza sino que le meto un puñal y la descuartizo.
 
Lo único malo es que ya no lo volví a ver. Yo lo perdono, tenía una vida que cuidar. Él no podía decir que era el chulo de una puta. Supongo que se casó con su novia. A lo mejor tiene dos hijos o tres. Aunque sé que no le gustaban los niños. Un día le dije que tuviéramos uno y se encachimbó. Me dijo que no lo volviera a decir. Yo quería tener un recuerdo de nuestro amor. Sabía que no estaríamos juntos para siempre, por eso lo quería, pero él no quiso, y yo hacía lo que me decía. Era mi hombre.
 
Si me pregunta si todo valió la pena le digo que sí. Si retrocediera el tiempo y él pasara otra vez por aquella acera lo volvería a llamar para que entrara a mi cuarto. Él es lo mejor que me ha pasado. Fui tan feliz. Fue el angelito que me salvó, el amor que me regaló la vida.




Carlos Anchetta


Nace en Quezaltepeque, El Salvador, el 26 de septiembre de 1982. Escritor, editor y guionista salvadoreño.

Ha publicado los libros: Los cisnes (2013, novela corta), La oportunidad del silencio (2014, novela), Cuentos acústicos (2014, colección de relatos),  La máscara de Abaddón (2017, novela corta), Los príncipes (2019, novela corta), El libro de Thamara (2021, novela), Relato de las nueve fábulas (2021, colección de cuentos) y El pagano adolescente (2021).

Ha sido galardonado con: Primer lugar en Certamen Homenaje a Roque Dalton por el 75 aniversario de su natalicio, 2010 (poesía), Premio Nacional de Novela Corta, 2016 (XXIX Juegos Florales de Cojutepeque), Mejor guion de cortometraje de ficción, 2018 (Escuela de Comunicaciones Mónica Herrera), Premio Hispanoamericano de Novela (Juegos Florales de Quetzaltenango, Guatemala, 2018), Premio Nacional de Novela Napoleón Rodríguez Ruíz, 2020, Premio Nacional de Cuento José María Méndez, 2020 y Premio Nacional de Cuento, 2021 (XVIII Juegos Florales de San Salvador).