Cuando realizaba la búsqueda de
información para lo que sería la “antología” Perdidos y delirantes 36-34 poetas salvadoreños olvidados (Zeugma
Editores, 2012), encontré siempre autores que por varios motivos[1]
no podían ser parte del universo de ese
libro, pero esto me facilitó el hacerme de un pequeño directorio con los
nombres encontrados, y guardé más de alguna vez poemas, referencias; todo más
por afán de coleccionista que por la idea de elaborar un nuevo proyecto. Más
tarde me di a la tarea de ordenar lo recolectado, a modo de construir un
«atlas» privado de la poesía salvadoreña (como varios en este país han detener
el suyo, por supuesto, pues claro, pues cómo no va hacer). Por un ritmo natural
aquello me llevó a la idea de sacarle provecho a los textos y a la información
de una manera más concreta. Lo primero fue darle un objetivo y un destinatario
específicos. Después de eso me decidí por un método; y a nivel de compilación
por un formato. Pasado cierto tiempo se concluyó el trabajo y busqué
patrocinio. Nadie de las autoridades correspondientes o editoriales
independientes quiso hacerse cargo. Algunas de estas independientes ni me
acerqué, y no tengo en reparos en decirlo. No lo hice porque a metros se nota
que están ocupadas atendiendo trabajos (sobre todo de amigos) que traen desde
hace décadas. Hubo, además, quien me aseguró que faltaban años para poder
realizar una empresa como la mía. A lo mejor tiene mucha razón ese hombre.
EL CONTRATO «LOS OCHO COLORES DEL ARCOÍRIS»
La idea principal siempre fue
proporcionarles a los estudiantes, con cada antología, una guía para ponerlos
al tanto de los poetas y de las épocas de estos, en ediciones sencillas y
fáciles de leer, pero parece que las instituciones y editoriales en el país están
más interesadas primero en las ganancias que puedan generar los productos
literarios, que el aporte y apoyo que estos puedan representar para el usuario;
es como si poco importara ya si se lograr abrir un vínculo afectivo entre el
libro mismo y el lector.
Así que me comuniqué con la única
editorial en el país que a pesar de los años sigue fiel a sus principios en
cuanto a la elaboración, venta y distribución. (Sería un volver a casa, pues
fue Editorial EquiZZero la que me publicó por primera vez la entonces plaqueta Los ángeles anémicos, que posteriormente
se reeditaría en formato libro un año después). Me reuní con ellos para
plantearles la situación, pues esta vez no solamente llegaría como autor sino
como parte del equipo editor. Tenía muchas ideas para este proyecto pero me
interesaba también una unión de criterios con Carlos A. Flores y Omar A.
Chávez, para obtener un libro que no dejara de ser EquiZZero: accesible,
práctico, cómodo para la mano del lector, pero también que fuera sugestivo de
acuerdo a la naturaleza propia del proyecto. Esta conversación terminó con la
firma del contrato conocido como «Los ocho colores del arcoíris» que no iba a
favorecer más que a los propios lectores, y en donde se dejaría plasmado el
compromiso de todo ese esfuerzo y esa esperanza de tres amigos, adictos
irrecuperables a la poesía.
Con el contrato (o pacto
satánico) firmado nos dispusimos a dar
inicio al trabajo de limpieza y pulido de los volúmenes, para luego ser
enviados a diagramación, más tarde vueltos a revisar, y por último: a prensas.
Todo esto fue lento. E. EquiZZero tenía sus actividades propias, otras
presentaciones, armar otros trabajos. Por mi cuenta, en aquellos días estaba
“entretenido” con mis talleres de escritura creativa y revisaba otro libro que
saldría en noviembre de 2014.
No nos ahogamos, pero tampoco nos
confiamos: cada volumen fue trabajado como si fuera el único a salir. A los
meses teníamos ya nuestra flota de diabólicas antologías.
La campaña “Se vienen los
colores” dio comienzo 15 días antes de la fecha de presentación, para esto se
contó con la ayuda de amigos invaluables quienes se encargaron de ir poco a
poco intrigando a los asiduos usuarios de las redes sociales…
Una nota mental: “Ahora que lo
pienso escribo poemas para castigarme por muchas cosas que no he hecho, y también
por cosas que he realizado en la vida, pero construyo antologías para salvarme
de mí mismo. Eso es malo, muy malo”.
***
Todos esos días, todas esas
actividades, nos han traído hoy hasta este punto: la cima de esta torre. No nos
queda más por hacer, pues, que admirar el panorama.
V. A
[1] Algunos no tenían
suficientes poemas, otros su biografía no pasaba más de las dos o tres líneas,
en varios casos solo era la referencia del nombre, y ameritaba una búsqueda más
específica.
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