Hierro y abril,
del poeta salvadoreño Alberto Quiñónez, es uno de los trabajos
seleccionados, junto a Tempestadnayade
de Ernesto Bautista, por el jurado del
Tercer Certamen de Poesía Ipso Facto 2013 para ser publicado por Editorial
EquiZZero.
En este libro, lo romántico y lo social se condensan de tal modo, que la palabra adquiere una uniformidad mística, un ritmo cadencioso cuyas notas descifran nuestras nuestros sentimientos más profundos. Si hay algo defina a este trabajo, eso es la empatía y honestidad que Alberto Quiñónez nos otorga en cada poema y que seguramente el lector podrá advertir sin dificultad:
En este libro, lo romántico y lo social se condensan de tal modo, que la palabra adquiere una uniformidad mística, un ritmo cadencioso cuyas notas descifran nuestras nuestros sentimientos más profundos. Si hay algo defina a este trabajo, eso es la empatía y honestidad que Alberto Quiñónez nos otorga en cada poema y que seguramente el lector podrá advertir sin dificultad:
Mujer, nuestra simiente vendrá al mundo de los
/desharrapados.
Trabajo único y ambicioso que reúne
muchas de las grandes inquietudes de la nueva poesía salvadoreña.
Selección poética
[La sangre de tu pelvis no me deja saber
quién soy...]
La sangre de
tu pelvis no me deja saber quién soy.
Quizás el
polvo que tocan las patas del carnero.
Quizás el
balido que corta los mudos dedos del aire.
Es sólo que a
veces me he mentido.
Es sólo que
tantas y tantas veces me has negado
/que
puedo hacerlo yo mismo.
Abro
ventanas.
Abro puertas
en mi costado para que salgan los piojos.
Saco a pastar
este rebaño muerto el mes pasado.
Mírame a los
ojos antes de irte.
No digas
nada.
[Abril sabe a lunas menguantes y a alambres
de púas...]
Abril sabe a
lunas menguantes y a alambres de púas.
El periódico
habla
de precios y
de guerras y de inviernos pasados.
La lluvia
esgrime sus muñecas sangrantes.
Bien por la
saliva de los ermitaños.
Bien por el
labio superior de los tragantes.
Bien por el
pómulo de los motores.
Bien por el
oído que habla de los muertos.
Bien por
ellos.
Cuando salte
inanimada la crisálida que nos contenía
podrán caer
entonces las banderas y los muros.
[Me he acostumbrado a que falte la nave de
partida...]
Me he
acostumbrado a que falte la nave de partida.
No volverás
aunque pueda detenerme en algún nudo del viaje.
Pienso en tus
pálidos labios heridos.
Pienso en
cómo la cruz liquida de tu sordera parte el sol
/en tres mitades.
Ayer fui todo
un siglo.
Un siglo de
amaneceres tibios y de noches casi tristes.
Un siglo que
veía morir a tantos hombres.
Ayer me decía
tu nombre y era libre y poderoso.
Entonces
mencionar tu nombre era mencionar el viento.
Un rugir de
lunas antárticas que mecen la cuna de las fieras.
Casi podría
repetir de memoria cada una de tus palabras.
Casi podría
reírme si estuvieras aquí.
Pero falta
esa nave que espero y que no vendrá nunca.
Jamás en el
tiempo de los tiempos.
Aunque pierda
mis oídos y el balcón que se hace noche.
Y lágrimas de
niño que niegan a la noche.
Y una sed que
queme al mar que me conoce.
Reconocería
con los ojos cerrados el signo de tu embarcación.
Pero no
vendrá. Hace tiempo que lo sé.
Calostro
Llevo adentro
un mar que no toca ni la playa que lo circunda.
Un mar que es
flor y bayoneta, ciénaga y calostro.
Y yo no sé
porque a tus ojos le han crecido cerraduras.
Hablo de la
uña, del surco, de la reja.
Hablo de un
pueblo de fantasmas que se mecen.
Hablo de un
pequeño dios, muerto de frío.
Y de la
cuerda que lo amarra.
Y de los
sables en silencio.
Hablo de lo
que no se oye,
de una flor
que se quema, de una oprimida gota de lluvia /que no cae.
Hablo del
paraíso y de la abierta vena de los caballos
(también pesa
tu aliento en estas manos vacías).
Hablo de que
una vez te quise.
A veces, la
luna canta su canción y sangra.
Hace tiempo
que ya no pregunto por qué.
Hay una marea
que se arranca las venas.
Este barco
recoge su red llena de ojos.
Y no hay
mirada en los rostros que regresan,
si es que
regresar es algo posible.
Hace tiempo y
sangre que ya no pregunto.
Tiempo
cristal de roto calendario.
El mañana no
existe. Lo he sabido desde hoy.
[Las antiguas inercias del viento son el
credo…]
Las antiguas
inercias del viento son el credo de la langosta
y el primer
llamado al llanto de la primera lombriz.
Pero el
espacio fortuito entre tu piel y tu ropa,
llama al
canto de los bellos equinoccios del humo.
Así como el
fuego toma del fuego su alma.
Así como la
piedra funda su templo en la piedra.
Así como nace
carne de la carne,
dice alguien
olvido porque solo el olvido es.
Y se abre la
luz sobre el origen de los trenes,
ahora que la
lógica es un charco de uñas y medusas donde /los caballos orinan.
Ahora, cuando
es tan tarde que ya no puedes decir más tarde,
cuando es tan
inútil que cantes con tus sagrados temblores,
cuando llueve
sobre los trenes que van al adiós.
Y nadie es
una persona sentada en la última estación,
esperando a
perderte de vista en las llamas de la lejanía.
La mañana
abre la mandíbula de aire de los alfileres.
Y luego,
regresar hasta la madriguera que cavaste /en la nariz de Lot,
para
depositar esos huevos que transportan cadáveres,
esas
lágrimas, como apéndices del miedo,
esos pies,
mordidos por tu locura.
La virgen de
los viajantes se quemó en el reino /de los mutilados,
y tú perdiste
la gloria antes de verte en el espejo.
Por eso hay
calaveras bajo la almohada,
cada vez que
nos llega al tacto la simiente de las piedras,
cada vez que
los aeroplanos vomitan gusanos en tu axila,
cada vez que
el viento sopla con su grito de langosta
y nuestras
voces no se oyen, y nuestros minutos no se junta.
Grito en el
palacio vacío de los monarcas del miedo,
aquí la vida
es una mariposa congelada en el quicio
/de tu habitación.
El jardín
está plantado de judíos muertos bajo
/el último eclipse del hombre,
ese andar de
marionetas que entrechocan sus cantos,
esa orgía de
carne y plomo que desayunó en los cementerios,
y que cala
más adentro que la palabra que no pronuncias.
Tu vientre
será el arpa que cante bajo las lluvias del mañana,
indiferente a
toda brisa,
a cualquier
gesto,
a toda
palabra que sobreviva
en los labios
mordidos del hambre de nuestra simiente.
A ella
Llegué a tu
corazón herido en la simiente,
mutilado en
mis abrazos y triste en mis risas.
Así llegué a
tu vida como una pregunta necia.
Como un
cuchillo exiliado en el mar de la mudez.
Teniendo un
solo soplo para asaltar a la vida.
Contemplando
una pequeña llama de asombro
/bajo el
huracán de la muerte.
Vine a tu
pecho, a tu doble semilla que me palpita en las manos,
a tu saliva y
a tu pelo que me calman las heridas,
a tu voz de
lluvia, a tu sueño donde somos secretos antiguos,
a todo tu
misterio, a la maravilla total que me destruye
los pecados.
Y supe de tu
boca, de tu piel que me das cuando te digo sos mía.
De tu sexo en
el que busco algo más allá de vos misma,
donde te
encuentro como una explosión de selvas
/y
mares y ríos y temblores,
del que salgo
como un ciego que ha visto nacer a Dios.
Y de tu
cuerpo, completamente, compañera.
Y también
tuve tu mirada:
tus ojos como
el universo estudiándome despacio.
Los ojos
donde beso la esperanza que nos ata las venas.
Es la
esperanza de nuestros muertos,
la luz que no
se apaga de nuestros desaparecidos.
Entonces besé
tus pies para darte el alma que me quedaba.
Te di mis
recuerdos para semejar un latido.
Ya somos de
la muerte, plenos de ser y de entregarnos,
vida por
vida.
Alberto Quiñónez
San Salvador,
1987. Fue miembro del taller de la Casa del Escritor, durante la coordinación
de Rafael Menjívar Ochoa. Actualmente se desempeña como investigador en
diferentes áreas de las ciencias sociales.
Sus escritos
poéticos han aparecido en algunos medios digitales e impresos como
artepotetica.net y Suplemento Tres Mil. Ha sido incluido en el volumen No 2 del
proyecto antológico Solo la voz (CONCULTURA, 2006) y en la antología Memorias
de La Casa, 2002 – 2010 (Índole editores, 2011).
No hay comentarios:
Publicar un comentario