jueves, 1 de abril de 2021

El libro del carnero, Editorial EquiZZero, 2021.

 

Fue el poeta argentino Oliverio Girondo quien dijo: Un libro —y sobre todo un libro de poemas— debe justificarse por sí mismo, sin prólogos que lo defiendan o lo expliquen. El libro del carnero, de Josué Andrés Moz, es por antonomasia  precisamente eso: un texto que no necesita ser justificado, porque su discurso rebelde y consecuente eleva al autor muy por encima del canon. Coherente, como todo buen escritor, Moz  nos entrega una apología del dolor y la ternura como caminos que confluyen y nos muestran nuestras propias miserias.  El libro del carnero fue uno de los finalistas del X Certamen Literario Ipso Facto 2020 promovido por Ediorial EquiZZero y, a mi modo de ver, el mejor logrado. El tiempo se encargará de otorgarle a este libro el lugar que le corresponde, por lo pronto aquí esta Moz...


Omar A. Chávez

Co-editor de Editorial EquiZZero

 


SELECCIÓN POÉTICA



LSD
 


Caigo de cara sobre la página

y se derrama el Pont-Saint Espirit desde mi cráneo.

 

Observo el delirio como un dios nunca venerado

húmedo mientras yergue su escarcha por mis venas

mientras levanta sus manos para predecir el desastre.

Ángeles de marfil se arrodillan frente a mi sueño

caricia vegetal cuando dicen su herida alrededor de mi nombre.

 

¡Ay! de esta trenza que seremos ahora

de esta daga que respira a partir de los cadáveres

la renuncia del ser ante el murmullo de lo imposible.


(Ante la palabra de dios que todo lo niega)

 

Caída horizontal al saltar por las ventanas

al pensarse abismo frente al relámpago de la vida.

 

(Todo mi amor ahora recostado en el límite del invierno)

 

Escucho más allá de la ciudad

más allá de ella y su coraza impenetrable

más allá del gemido de los neones y las botellas

de las luces cubriendo una sinfonía de vértebras rotas

del oxidado silbido de las balas a través de los cuerpos

de los niños naciendo mientras el cielo esgrime su torcida sonrisa

 

Afuera está mi corazón goteando cristales sobre las cabezas de los hombres

adentro este líquido rápido que me desdibuja el recuerdo

esta caída perpetua para crecer como una grieta al otro lado del insomnio.

 



GRAFITI: ENSAYO ACERCA DE LA ORFANDAD

 

Ha nacido el hijo abandonado que abandonará a sus hijos,

aquella navaja que desconocerá lentamente todos los abrazos.

 

No toda muerte es pólvora en las manos

ni cualquier nacimiento significa olvido ante la tristeza.

 

Con piedras en los bolsillos y clavos en la boca

ha nacido la muerte del niño que pronto ha de nacer.

 

El amor fue olvidado en los recintos de la fiebre.

 

Los besos que antes recorrieron el vientre

son delgadas sombras en el eco de los pasos

y toda la humedad acariciada aquella noche

ahora es una constelación de charcos predecibles abandonando la sonrisa.

 

Nada hay del viejo pesebre que podamos admirar,

nada en la voz del padre que ha prometido su regreso,

nada adentro de la cueva ante el rostro y la renuncia,

ante su tercer día hecho de tanta espera,

hecho de tantos años de moscas enterradas en los huesos.

 

Esta sangre que es a la vez hemorragia de sí misma:

dibuja en la cabeza de otro hijo

el beso que nunca le entregaron al nacer.


 

 

CARCOMA

 

Mi abuela no teje sino la culpa en los labios azules de su madre,

ella es un cementerio interminable de noches rencorosas,

un paisaje de gaviotas que se desploman sobre la piel de los inviernos,

una bahía de palabras cercenadas en la boca de sus nietos.

 

 

 

MISTER COP

 

A Carla Ayala y Daniel Alemán

 

No necesito calzar su uniforme para hablar de la muerte

ni conocer el oscuro abecedario que le besa los dientes, señor policía.

 

Dígame entonces

qué hacemos con sus tatuajes,

dígame

dónde esconder la dentada silueta de su miseria,

qué hacer con esa tristeza de no poder meter sus manos bajo mi falda,

de no poder llevar mis tacones,

con esa rabia luminosa que lo hace querer romperle los dientes a mi hermano.

 

Perdone, señor policía,

que sea tan directo,

perdone mi tristeza.

 

Perdóneme, señor policía, por no ser uno de sus muertos,

por no sonreírle trágicamente a sus compañeros en la patrulla,

por no estarme pudriendo en bartolinas,

por no dejarme fabricar las pruebas necesarias,

por no agachar la cabeza y caminar bonito frente a su sombra

de un metro treinta, de un metro ochenta.

 

Acá la noche se nos mete por los pulmones,

acá los billetes tienen el rostro de lo que hemos perdido.

 

No necesito los cuchillos,

no necesito los balazos,

no necesito verlo agitar su soledad en el asiento del copiloto.

Míster cop-burbuja negra-the polismen,

¿Cuántos gemidos le caben en la punta de la bota?

¿Cuántas cicatrices dormidas lleva en el eco de sus manos?

¿Cuántos desiertos han tejido las arañas en la boca de su mujer?

¿Cuánta ausencia soportan los delgados huesos de su hija?

 

Yo lo conozco, señor policía,

no necesita taparse el rostro para mí,

no tiene porqué arrodillarse frente al Cristo,

ni llevar más ceniza en su frente que la que lleva en las manos,

no necesita demostrar que nació con alacranes en los ojos;

yo escucho desafinar esa canción desde que desapareció a su compañera,

yo conozco su dulce ritual de sangre,

yo sé de la potencia hidráulica de sus mandíbulas.

 

 

No se preocupe, señor policía,

yo traigo mis propias bolsas negras

para ahorrarle el gasto

y las molestias. 


 


BABEL

 

A R.H.

 

Tu vientre

siempre fue una república de lenguas predestinadas al exilio.

 

Tus manos

estrellas calcinadas en la madrugada de los perros.

 

He aquí la oscura carne habitando los pasillos de mi memoria.

 

La costra en las rodillas

de quien se inclina ante el recuerdo de tu sexo

como ante una catedral que derrumbaron los años.

 

 

 

POSTAL EN SEPIA

 

Es mediodía en mi sangre.

Toco tu rostro para confirmar que mis dedos existen,

 para reconocer mi respiración en el latido de tus labios.

 

Pienso en nosotros.

 

Aquella noche la arena fueron mis dedos

y la espuma resbalaba de tu vientre;

yo tenía la edad exacta para pronunciar tu nombre,

las sílabas tejidas como pétalos precisos alrededor de mi lengua.

 

Pienso en nosotros

y se apaga mi rostro.

 

La oscuridad es aquello que nos dijimos

después de esa madrugada

en que liberamos a los cangrejos.

 

 

 

 

Josué Andrés Moz

 

Nació en San Salvador en 1994. Es poeta y gestor cultural. Actual egresado de la Licenciatura en Letras por la Universidad de El Salvador. Ha publicado poemas en diversas revistas literarias, así como en distintas antologías dentro y fuera de su país.  Publicó Carcoma (Editorial La Chifurnia, 2017), Pesebre (Editorial La Chifurnia, 2018), Babel (Malpaso ediciones, 2020). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, italiano, árabe y francés. En los últimos años ha participado en congresos y festivales de literatura, entre ellos: l Festival Internacional de Poesía de Aguacatán (Guatemala, 2018), Primer Encuentro Centroamericano de Escritores Edilberto Cardona Bulnes (Honduras, 2018), Primer Congreso Centroamericano de Literatura (USAC, 2019) y en la trigésima edición del Festival Internacional de poesía de Medellín.

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