Experimentación,
ruptura, crisis onírica, concreción de lo fatídico son
términos que podrían definir la obra de Ernesto Bautista que, como un
caleidoscopio, anuncia una complejidad de imágenes y formas que conmueven pero
al mismo tiempo asombran, no solo por su sencillez sino por la brutalidad que cada
texto adquiere como unidad indisoluble de un todo.
Con un leguaje frío
y áspero y otras veces sentimental y nostálgico Tempestadnayade (uno de
los libros seleccionados en el Tercer Certamen de Poesía Ipso Facto 2013)
constituye una de esas peculiaridades que el tiempo devela muy raras veces. Con
él, por extraño que parezca, Bautista está más cerca del barroco que de las
vanguardias. Borges lo define mejor: Es
curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco…
Aquí está
Ernesto, aquí está Tempestadnayade.
Omar A. Chávez
Editorial EquiZZero
Pirómanos eléctricos en la avenida
Esta
vez el calor de tus llamas no alcanzó a tocarme porque yo tenía la boca cocida con raíces.
Y
te movías como un fantasma
epiléptico, te movías como un cable herido por la tormenta.
Escapé de
la punta de luz
del látigo que daba sus últimos gritos, como un dios al que se niega porque no existe.
Esta vez el calor de tu escarcha me rozó las mejillas y me quemó los ojos, y no
me lo bebí, porque te habías extinto ya, y aquellas raíces me cerraban los
labios.
La fuerza de la costumbre
Así como tú me viste cosiéndome los huesos con
bisturís, plumas, lonas y papel.
Así como tú te sentabas a mirar mis saltos desde el techo, y todas las veces que me quebré las piernas y sangré
por las caídas.
Así
como veías que, al igual que Ícaro, me abalancé desde un peñasco hacia las rocas del mar y me estrellé contra
las piedras partiéndome la cabeza.
Así,
cosido con rabia, armado de huesos atados a lonas y plumas.
Tú
vendrás conmigo.
Esta
vez saltaremos juntos. Y tú bailarás al viento y me dirás que tan cierto es eso de que eres mortal.
El incendio
Los árboles corrían despavoridos tratando de sortear las llamas.
El
fuego les quemaba las hojas secas, y las verdes también.
Cuando
el fuego es grande nada se salva.
Los árboles se trepaban por las laderas y rayaban las piedras con sus ramas, pero todo era inútil. El bosque
se incendiaba y los animales que habían matado, las personas que habían
aplastado se quemaban junto a ellos.
Y
el espectáculo de las llamas era suficiente para que las aves y los peces musitaran oraciones de misericordia
para ellos, y para las enredaderas, que tejían sus redes al cielo, como un
fénix que se hunde en sus últimas cenizas.
Solo
que ellos ya no retornarían.
El último cedro tardó en quemarse, abrazó una de las masas aformes y sanguinolentas que habían en el suelo. La cubrió
con lo que quedaba de sus ramas, como si los restos viscosos le profirieran
perdones y lo redimieran.
Luego,
se sentó al
borde de un arrollo seco y se consumió hasta extinguirse.
Los mosaicos tintos del silencio
A
veces salto por la ventana
como
las águilas se asoman a los peñascos
con
los brazos extendidos y los ojos cerrados
y
beso en los pétalos del viento las gotas rojas de mi regreso
Y
te recuerdo abrazando a los leones a mi lado
entrecerrando
los ojos y los labios
bebiéndote
mi voz y desangrando mis manos
exiliándome
a la lluvia
tras
las paredes de alambre y los ojos sonrojados
En
esa burla que tu placer suele cantar
es
ese el grito de escape de tus deseos
de
tu muerte y de tu vida
Da
igual
Ojala
hubieras sido tú la de las manos en mi espalda
ojala
hubieran sido las capas del cielo tu ropa
y
la lluvia tus dedos
Estoy
regresando al suelo
cuando
despierte de tu voz
la
volveré a oír mañana.
y
entonces te mataré.
La fotografía
Cuando quemé su fotografía sentí que algo en mí moría con aquel papel.
Años antes, simplemente la encontré en mi puerta,
triste. Cuando me vio se echó a llorar, desconsoladamente,
sobre mis brazos.
Luego
se evaporó.
Nunca entendí qué la había llevado hasta ahí, pero cada vez que miraba esa fotografía, ella regresaba a mi
puerta a repetir el mismo ciclo, y siempre se volvía humo entre mis manos.
No sé si había muerto desde que yo me marché, o si eran pesadillas que no encajaban en los colchones y me
perseguían con vida propia.
Si
eran sus sueños o los míos,
pero
ella aparecía cada vez.
Un
día decidí quemar esa fotografía.
Fue
una noche de tormenta. Esa vez el viento llevaba gritos en sus entrañas.
Voces
que pronunciaban mi nombre.
El
polvo que arrastraba llevaba la forma de sus manos.
Tomé
el encendedor, y éste seducía al papel. Su imagen se empezó a volver cenizas con aquel fuego.
Por
la ventana la pude ver.
Pude
ver su cuerpo bajo la lluvia, y su mirada buscándome en el cristal empañado.
Su
cuerpo envuelto en
llamas se consumía por última
vez.Y algo de mí moría con ella.
Nuestra
historia moría con aquella foto.
Y
la tormenta cesó.
Su cuerpo desmoronándose se consumió en el viento y la lluvia.
Miré
entonces los restos de la fotografía consumiéndose.
Hasta
ese momento comprendí todo.
Su
dolor atrapado en aquel papel.
Su
recuerdo se había convertido en una criatura, y
yo la había matado.
Fue
hasta entonces que al fin lo comprendí. Por primera vez lloré por ella.
Ernesto Bautista
Santa
Ana, El Salvador. 1987.
Publicaciones:
Silencio:
Puertas Dormidas (Premio Amilcar Colocho. Metáfora 2007), La
Marcha de los Ausentes (Premio Gallo Tapado. Contracorriente Editores
2010). Antología Una Madrugada del Siglo XXI por Vladimir Amaya y 4M3R1C4 Novisima poesia latinoamericana
por Hector Hernandez Montecinos. Residencias artísticas con RAPP
(Residencia Artistica para Poetas Performaticos), Granada Nicaragua 2009.
Finalista en la Beca de Creación Poética Antonio Machado, Soria, España (2012)
y en Beijing, China a traves del International
Network of Literature and Art Committee (INLAC) y el Shangyuan
Art Scene (2014). Ha sido traducido al francés, inglés y mandarín.
Hola!
ResponderEliminarQuería saber dónde se pueden adquirir los libros de la editorial.
muchas gracias!
Están a la venta en la librería de Los Tacos de Paco, y en Clásicos Roxil, en Santa Tecla. Aunque estos libros estarán a la venta a partir del 21 de agosto.
ResponderEliminar