sábado, 20 de febrero de 2021

Historias dispersas, Francely Navarro, Editorial EquiZZero, 2021.




Historias dispersas de la escritora nicaragüense Francely  Saharith Navarro Hernández fue elegida como la ganadora en la rama de narrativa del X Certamen Literario Ipso Facto 2020, promovida por editorial EquiZZero, un hecho irregular pero que no resulta sorprendente a nadie, en un país donde, si bien la tradición poética tiene mayor auge que la narrativa, ha sabido encumbrar a escritores de la talla de Lizandro Chávez Alfaro a la palestra internacional, no es de extrañar, por lo tanto, que el caso de Francely Navarro irrumpa así afuera de la fronteras de su naión de origen.

 

De Historias dispersas el jurado dijo: potencia las historias cotidianas de una manera ingeniosa, mantiene la tensión narrativa sin forzar los relatos y utiliza elementos contextuales muy puntuales que enriquecen el mundo fantástico que propone el autor o autora.

 

Como editorial EquiZZero, nos sentimos orgullos de publicar el primer libro de Francely Navarro, hoy traemos a ustedes una selección de textos del libro ganador.

 

Selección narrativa

 

Los hijos del pájaro

 

No aparece reflejada en el mapa de Nicaragua pero ahí está... la isla Blanca, flotando entre las aguas del mar Caribe. Alejada del bullicio de las grandes ciudades y de las modas mediáticas.

 

Su población es de apenas 380 personas. Fue descubierta en 1981 por un marino desbocado de San Juan del Norte, que intentaba llegar a los Estados Unidos en una balsa de bambú con tres cocos, el memorable Polio Pérez, un desventurado que pidió tres millones de córdobas al Gobierno por su “gran” conquista del nuevo mundo. Propuso rutas marinas, brindó descripciones del paisaje, pero jamás fue tomado en serio porque cuando le preguntaban: ¿Cómo regresaste a tu puerto? Él respondía: “ellos no me dejaron estar más que unas horas en sus campos, me durmieron porque el ave perversa les dijo ¡devórenlo!, la gente blanca tuvo compasión de mí y me enviaron en una nube dormido!”.

 

Polio fue internado años después en el Hospital Psiquiátrico Nacional por alucinaciones y comportamiento violento. En sus crisis, asesinó alrededor de 800 pájaros Güis. Excusó sus matanzas diciendo que dichas aves eran representantes del demonio y que los nativos estaban siendo manipulados por la apariencia inocente de sus alas. “El pájaro del árbol de hojas azules aletea y ellos se arrodillan ante su dios”, gritaba perturbado en los pasillos del sanatorio, una y otra vez.

 

Con el pasar de los años un grupo de biólogos y geógrafos apasionados con las historias de mundo del Güis arrumbaron en la búsqueda y lograron constatar que el pobre Polio no mentía: la isla existía y la gente eran tan blanca como la cal.

Cuando intentaron premiarlo por su gran hallazgo, este ya estaba afectado por los sedativos diarios, recibió el reconocimiento con los dedos en la boca y con los pies a rastras. Murió dos días después soñando con la tierra a la que no volvería jamás.

 

***


Los intentos por penetrar el corazón de la isla Blanca fueron muchos, cada semana los investigadores llegaban con sus equipos a tratar de persuadir a los nativos para que se dejaran conocer en profundidad, estos les respondían: “no se puede”, en perfecto español y se alineaban horizontalmente para impedirles el paso.

 

La única visión que tuvieron del lugar fue la fachada; muchos árboles de laurel y cocoteros de 30 metros de altura.

 

Los isleños desde su gran barrera compartieron información básica con los científicos: total de población, contaron que eran fieles cultivadores del pipián y que habían nacido como semillas bajo las patas del Cierto Güis, su gran dios, el encargado de trasladarlos por todas las dimensiones del cosmos cada 3 mil años.

 

Habían llegado a las aguas del Caribe en un parpadear y así mismo desaparecerían... sin dejar rastro.

 

Los asedios en torno a la isla acrecentaron cada día, una tarde, mientras varios hombres armados amenazaron con cruzar a la fuerza, el canto de un pájaro incorpóreo los ensordeció y cayeron al suelo por el vértigo.

 

Cuenta la leyenda que todo visitante que intentaba adentrarse en territorio albino, era adormecido y enviado en una nube hasta su pueblo de origen.

 

Un año, el Gobierno de Nicaragua mandó a un sacerdote con un discurso de paz y amor a Dios. Los nativos filosofaron con él y lo convencieron de que el Güis era el mismo Señor pero más cercano a sus hijos. El religioso volvió a su iglesia y recomendó a la población que olvidaran ese lugar, pero nadie hizo caso, siguieron embarcándose en busca de oro, en busca de inmortalidad, cegados por la ignorancia y llenos de vanos conocimientos científicos.

 

La molestia de los nativos se hizo inmensa, los cabezas de familia resolvieron viajar a Nicaragua en sus balsas para comunicar al mundo entero que si continuaban hostigándoles desatarían sus enojos y usarían los poderes que el gran pájaro les había otorgado durante la creación.

 

Zarparon de noche, con municiones de semillas para soportar el viaje, se despidieron de sus mujeres e hijos y pidieron perdón al Güis por marcharse sin su consentimiento.

 

En tres años, no se supo del destino de los hombres de la isla, las mujeres con sus encantamientos ancestrales lograron invisibilizar el territorio para que ningún curioso llegara a molestarlas.

 

Diariamente adoraban al Güis y terminaron creyendo que sus compañeros planificaron la huida para deshacerse de ellas. Se organizaron para cuidar los cultivos, se convirtieron en hábiles pescadoras y cuidaron de sus hijos de los peligros de la noche. La líder de todas era la veterana Aiko, se encargaba de las pláticas con el ave a la orilla del manantial fecundador.

 

Cuenta la historia que en el reino albino las mujeres no quedaban embarazadas por contacto sexual, no conocían el placer carnal ni los dolores de parto, sus hijos nacían mientras ellas dormían, cubiertos de un plumaje vistoso.

 

La falta de pareja no les resultaba un martirio, sus cuerpos no sentían el anhelo de las caricias, no deseaban ser tocadas ni besadas. Eran perfectas criaturas asexuales. Bellezas del color de la leche, de cuerpos definidos y cabellos entre dorados y rojizos.

 

Todo permaneció invariable, hasta que las corrientes arrastraron al moribundo de la balsa rota, Pelayo, un hombre barbado y del color del chocolate, originario de Puerto Cabezas. Al parecer su barco había naufragado hacía un tiempo y las corrientes lo llevaron derechito a los pies de las divinas hembras albinas.

 

“¿Quién es? ¿Está muerto? ¿Lo ayudamos?”, se preguntaban entre susurros. Aiko recomendó dejarlo entrar, pues el pájaro había puesto sus ojos en él.

 

Lo atendieron con esmero, lo alimentaron con semillas del árbol azul y, de repente, el forastero empezó a andar. Sintió asombro por la belleza de la isla, pero nada le impactó más que verse rodeado de tantas mujeres semidesnudas. Ninguna notó la lujuria de sus ojos, la constante rigidez de su cuerpo al verlas andar, correr, trabajar.

 

Una noche, la tribu se reunió para cantarle al Güis desde el manantial de la fecundidad, todas entraron a las aguas, el marino malandrín se quedó oculto tras unos arbustos, mas luego decidió mostrarse e interrumpir el ritual sagrado. Entró a las aguas vestido y les dijo: “yo soy el Güis que vino a librarlas de la soledad”. Todas se asustaron ante la noticia, pero eran demasiado ingenuas como para entender las artimañas de aquel hombre libidinoso. 

 

Por primera vez fueron tocadas con morbo, Aiko fue la iniciadora y después de sentir los cosquilleos y el calor en sus entrañas sugirió a sus hermanas que experimentaran. Y así pasó... así dejaron de ser las mujeres intocables. El visitante las poseyó una a una cada noche y el despertar sexual les dominó como a jovencitas que conocieron a su primer amor.

 

Descuidaron los pipianes, la pesca, los hijos, todo por vivir el ardor de sus carnes desenfrenadamente.

 

Con el paso de los meses, Pelayo empezó a cansarse de la rutina, su cuerpo le dijo ¡Basta!. Ya no le antojaba estar con nadie. Se ocultaba en la copa de los árboles, hacía huecos en la arena, pero nada funcionó. Una mañana amaneció muerto, desnudo y seco como un pescado al sol. No soportó la intensidad de sus amantes.

 

Las mujeres lo lanzaron al mar con tristeza, era el único hombre al que habían amado. Lo lloraron por varios días hasta que se enteraron de que algo extraño les crecía en el vientre. Llegaron a la conclusión de que eran trozos del espíritu de Pelayo y cualquier día saldrían al exterior. Efectivamente, nueve meses después lograron conocer los trozos del alma de su amado, niños color chocolate y con sonrisas blancas.

 

Cuando los hombres albinos llegaron por ellas para llevarlas a la urbanización que el Gobierno de Nicaragua les había edificado, encontraron a 95 niños color de aceituna corriendo entre las aguas.

 

Al preguntar ¿Cómo nacieron ellos? Las mujeres, que derrochaban una sensualidad perturbadora, respondieron: “son hijos de la espera, son hijos del pájaro, pero nosotras ya no somos las que fuimos, elegimos sentir como humanas, si todavía son aquellos insensibles no nos servirán, pueden irse”, los hombres corrieron a abrazarlas. El Güis desde su nido estuvo conforme, aleteó dos veces y todos desaparecieron sin dejar rastro.

 

 

 

La de mil amores

 

Cambió camino por temor a perderse y un día inesperado se enamoró

 

El viejo Lato Robinson era maestro de universidades y fiel lector de las novelas griegas. Cuando miró el rostro de su hija por primera vez no dudó en nombrarla ¡Helena!... “La de la hermosa cabellera”.

 

Laura, madre de la niña y con fama de bruja en Diriomo no se opuso a la decisión de su esposo, pero le recordó que los nombres muchas veces indicaban el destino de las personas y en este caso, la Helena de la historia, había sido manzana de discordia.

 

No pasó mucho tiempo para que se comprobara la teoría de los destinos. Laura empezó a notar un espíritu rebelde y hambriento pegado en el aura de su pequeña. Intentó desprendérselo con oraciones, especias y todo tipo de reprensiones, pero todo fue en vano. La entidad se había sujetado fuertemente a ella y empezaba a causar problemas.

 

El viejo Lato jamás creyó tal cosa. Para un letrado como él, esas creencias solo eran parte del realismo mágico de Latinoamérica. Su manera de pensar fue invariable, pero su muerte imprevista marcó la vida de su hija para siempre. Una mañana de octubre, en plena tormenta Nate, el viejo sabihondo encontró a su hija besándose con un muchacho, se encolerizó tanto que sufrió un infarto. Murió de inmediato.

 

Cuando Laura se enteró de las circunstancias en las que falleció su marido atribuyó la desgracia al supuesto espíritu siniestro que dominaba a Helena, “sos la única culpable. No quiero a un ser tan perverso como hija”. El odio de la mujer creció tanto que decidió entregarla a un convento e irse a Costa Rica para alejarse de la maldición de su vientre.

 

***

 

La vida lejos del oscuro mundo de su progenitora le resultó a Helena un alivio. Le gustaba visitar la biblioteca. Jugar con el perro que cuidaba los dormitorios de las monjas. Mujeres de sangre calma que nunca habían admirado su feminidad frente al espejo. Todo muy contrario a ella. La niña precoz, que a sus 14 años ya contaba con una imaginación desbordada.

 

Las religiosas por supuesto notaron las inquietudes de la joven y resolvieron inculcarle hábitos de adoración al Creador. Rezaban para salvar su inocencia estropeada y el ritual brindó paz por un tiempo.

 

Una noche, presa de la sed, Helena despertó, se encaminó al fregadero y escuchó un ruido extraño proveniente del altar de La Dolorosa. Curiosa, fue a ver de qué se trataba y descubrió a dos ladrones que querían robar el baúl de las limosnas. Les siguió la pista en silencio hasta sorprenderlos.

 

De inmediato, todo el gremio se puso en pie. Gracias a la joven el dinero recaudado por largos meses para la construcción de la nueva ermita en la comunidad estaba intacto. Los malandrines se llenaron de resentimiento contra Helena y la maldijeron muchas veces antes de salir derrotados de la casa santa.

 

***

 

A los 20 años, Helena era toda una experta en letras y teología gracias a las clases impartidas por el sacerdote. Diariamente, se encerraban en una habitación a devorar libros y practicar el latín.

 

En ese lapso hubo muchos murmullos por parte del cuerpo religioso. Las monjas se enteraron de que su padre había muerto al verla besarse con un joven y también que su madre la había abandonado sin ninguna lástima. Otra de las habladurías de las religiosas era que Helena todas las noches se citaba con alguien distinto en los jardines traseros del convento.

 

Los chismes por supuesto tenían ciento por ciento de verdad. La belleza de la muchacha había seducido a casi todos los hombres del pueblo y el templo estaba cayendo de tantas visitaciones. “Sos confusión niña”, decían las novicias cada vez que esta llegaba a sus 'cárceles habitacionales' a limpiar.

 

Cuando Helena dejó el convento, todos la despidieron con simpleza. Nadie sospechó lo que tenía en mente. Al mes, la Policía llegó en busca del sacerdote, ella había puesto una denuncia en su contra. Le acusó de vender indulgencias, o sea, comercializar el perdón y la entrada al paraíso como lo hacían en tiempos de Lutero.

 

Las investigaciones comprobaron tal inculpación gracias a las pruebas presentadas por los enamorados de la vivísima. Sus reuniones diarias resultaron como esperaba, los había entrenado para mentir. ¿Qué les prometió a cambio? No se sabe. Pero la mentira fue creída por las autoridades más altas.

 

El caso de Helena fue bien sonado en todas las televisoras del país. Se supo que gracias al gobierno, mejoró su calidad de vida, adquirió una casa y mucho dinero. En poco tiempo estuvo gozando de los frutos de su viveza. Se había aceptado malintencionada como nunca antes.

 

***

 

Su vida solitaria le permitió tener muchos amores. Tuvo pasiones semanales, semestrales, anuales, pero, jamás se quedó con ningún hombre por temor a perder su libertad. Esa impunidad que había desarrollado en la vida después de ser satanizada desde la infancia.

 

Poco a poco se fue convirtiendo en un ícono de belleza e inteligencia en el país. Llegó a influenciar a presidentes y hombres de arte. Su madre regresó a buscarla cuando se enteró de su gloria y buena condición económica. La pequeña niña precoz, la abandonada, la bandida del convento, la mujer de mil amores, era capaz de asumir su naturaleza y ser feliz a toda costa.

 

El desenfreno de su vida casi se detuvo cuando conoció a Róger, el carpintero. Su madre en sus supersticiones le recomendó tomarlo como marido debido a su vocación santísima. “Jesús también fue carpintero, las cartas dicen que te hará feliz”, le decía, pero Helena hacía caso omiso a las adivinaciones, actuaba por impulso. Y también lo dejó ir pasado un tiempo.

 

***

 

Con el paso de los años, después de haber cambiado tanto de camino, después de haber derretido a tantas personas con sus llamas. Encontró a José, otro de su especie, un viajero sin morada. Un hombre igual de complejo que borraba su pasado a cada instante y que le enmarañó la vida.

 

Lo conoció en una ponencia del empoderamiento femenino. Él le dijo desde su asiento que no era su dominio del tema lo que más le impactaba. Sino sus olores. En la sala se hizo silencio, Helena sonrió. Había encontrado, según ella, al hombre con quien podría guerrear y errar por el mundo sin problemas.

 

Del dicho al hecho fue todo un embrollo. Una mujer acostumbrada a tener a sus pies a todos los hombres que quería ahora tenía que seguir la pista de un desconocido. Uno que se había peleado con la fidelidad desde antaño. Un incorregible que no quería más que unas cuantas noches de locura.

 

El encontronazo con la situación le resultó duro. Su madre le hizo unos ungüentos contra el mal de amor, contra la inestabilidad, pero todo fue en vano. Se había enamorado de un bandido, un hombre que lograba descifrar todas sus artimañas con solo verla a los ojos.

 

Después de haber sido la reina de las trampas y los acertijos, se convirtió en la que esperaba, la que escuchaba en silencio una filosofía de vida libre que ya antes había practicado al pie de la letra. Una noche, desesperada por la soledad, le dijo a su madre que quería tener a ese hombre a como fuera. La anciana le dijo que fuera al mercado a buscar unas hojas de albahaca y unas velas azules. Helena condujo veloz. Cuando ya tenía los encargos retornó a casa, pero la muerte le asaltó en forma de camión sin frenos. Murió al instante del accidente.

 

Cuenta la historia que a su funeral llegaron más de tres mil personas. La mayoría hombres. Todos lloraron inconsolablemente por cinco días a la mujer que habían amado tanto. Contaron cómo la habían conocido y entre las contiendas resaltaron las frases: “Yo fui su gran amor”, “ella me amó más que a todos”, “yo fui el primero en su vida”, “jamás la olvidaré”.

 

Así fue... nadie lograría olvidar tanta libertad y belleza andante. Solo un hombre, el único que no llegó a llorarla ni a rendirle honores; José... el hombre de su especie, el viajero sin morada.



Francely Navarro


Nació en Managua Nicaragua el 8 de mayo de 1994, estudió Filología y Comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua), realizó diplomado en comunicación y derechos humanos en la Universidad Juan Paulo II, ha escrito para revistas empresariales, el Diario La Prensa Nicaragua, ha sido editora de la versión dominical del Periódico/Revista HOY y actualmente trabaja en el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH). Su obra poética y narrativa a la fecha sigue siendo inédita. 





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